OH ADMIRABLE ESPERANZA!!!, así se titula uno de los himnos de nuestra Orden Dominicana, que en realidad es una oración que los que pertenecemos a esta familia religiosa cantamos en la capilla antes de irnos a dormir. Tiene su origen en los acontecimientos que sucedieron cuando nuestro Padre Domingo enfermó gravemente en Bolonia. Estando en el lecho del dolor llamó a doce de los frailes más discretos y empezó a exhortarles al fervor, al celo por la Orden, y a la perseverancia en la santidad. Antes de su muerte aseguró confiado a los frailes que les sería más útil después de su muerte, lo decía porque estaba seguro que él había confiado todos sus trabajos y su fecunda existencia al Señor y a su Madre, no dudando que le serían alcanzadas muchas gracias, cuando pudiese estar más cerca del Señor. Aumentándose el dolor de sus padecimientos, sufriendo de fiebre, aquella alma piadosa, desligada de la carne, voló al Dios Padre que la había creado, cambiando este lúgubre destierro por el consuelo eterno de la celeste morada. Pero para que los hijos que el Señor le dio no quedasen huérfanos y desheredados, antes de morir hizo testamento. Santo Domingo no les dejó a sus hijos grandes posesiones, ni tampoco iban a heredar algo material y caduco, sino espiritual y eterno, les legaba, en definitiva, todo lo que tenía, diciendo: Hermanos míos, como hijos míos, sois herederos directos de todo lo que poseo: Tened Caridad, conservad la Humildad, poseed la Pobreza Voluntaria. ¡Qué testamento de paz! Siempre deberá ser recordado para ser cumplido, pero no cambiado, pues lo avala no la muerte del testador, sino la eterna vida que se le concedió. ¡Sea dichoso para siempre aquel que viva estas tres virtudes! ¡Sea dichoso quien no pierda el vestido del amor! ¡Sea dichoso quien no rompa el vaso de la humildad! ¡Sea dichoso quien no rechace el tesoro de la pobreza! El bienaventurado Domingo poseyó todas estas virtudes. Quienes le conocieron en vida lo pueden probar. Y en virtud de ellos le fue concedido hacer milagros en favor del prójimo los cuales fueron numerosos tanto antes como después de su muerte. Por eso hoy le decimos: “Oh Admirable Esperanza la que nos diste, que desde el Cielo nos ayudarías aún más, cumple Oh Padre tu Promesa, que siempre a nuestro lado estarás”.